Durante los equinoccios de primavera y otoño, es decir, cuando la duración del día es igual a la de la noche en toda la tierra, los rayos del sol chocan con las alfardas de la escalera principal, y un juego de luz y sombra produce un espectáculo deslumbrante.
Se forman siete triángulos de luz invertidos como resultado de la sombra que proyectan las nueve plataformas de ese edificio durante el ocaso, lo que resulta en la formación de una imagen que asemeja a una serpiente formada por los triángulos de luz.
Conforme el sol va siguiendo su trayectoria, la sombra de triángulos se desliza por el muro, recorriéndolo hacia abajo hasta finalmente llegar a la cabeza de una de las serpientes que se encuentran al inicio de la escalera e iluminarla.
Las sociedades mesoamericanas intentaron llevar un registro exacto de los fenómenos astronómicos, habiendo construido observatorios en algunos centros ceremoniales, siendo los más famosos el de Chichén Itzá en Yucatán y el de Monte Albán en Oaxaca, donde se dedicaron a la contemplación del firmamento, con lo cual lograron elaborar calendarios, incluso, más exactos que con los que contaron los europeos. En el mes que ahora llamamos Marzo, lo nombraban “Tlacaxipehualixtli”, que significaría “renovación de la tierra”; en el viejo mundo, su equivalente corresponde a la Primavera, teniendo lugar complejas ceremonias religiosas para anunciar el renacimiento de la naturaleza y el comienzo de los trabajos agrícolas, con la finalidad de que los dioses, halagados, propiciaran ricas cosechas y no ocurrieran desastres naturales que las dañaran, pues de ello dependían los bastimentos para la comunidad. (Durán; 1981).